Paraisos Perdidos-3

El señor de los muertos miró atentamente la patética figura de su hermano y ejecutor. Lejos de la arrogancia que había exhibido en sus últimos tiempos, ahora parecía roto y miserable. Si era cierto que Isis le había enviado, debía ser por algo y aunque sus palabras no le agradasen, ya tendría tiempo luego de pensar un castigo de su agrado para él.

– Habla entonces, asesino – dijo altanera y secamente.

– Bien sabéis que fui encerrado por mis faltas y condenado a ser atormentado, en un castigo más que digno que aún debería continuar. Si no es así, es por culpa de Hades, que supongo conocéis o al menos habéis oído mencionar. Ese dios del panteón griego, se ha adelantado al inminente conflicto en pos de la supremacía y ha puesto en marcha un horrendo plan, junto con sus hermanos Poseidón y Zeus, aspirando a convertirse en un triunvirato todopoderoso. Pues bien. Hades ha comenzado a expandir su dominio por toda la realidad, afectando a tus dominios, lo que debilitó las barreras dimensionales que me apresaban. Te sorprenderá que pueda haber ocultado esto a tu poder, pero creo que uno de tus servidores le ha ayudado, bajo promesa de más poder – continuó el dios bestia, sin siquiera atreverse a elevar la vista.

El dios de la Muerte se incorporó y su poder manó de él con tal fuerza, que su hermano sollozó asustado. – No te creo, dios de la corrupción. Me mientes.

– No lo hago. Podéis venir conmigo a la periferia y comprobarlo ahora mismo – suplicó la otra deidad por su vida, a la vez que se arrastró miserablemente. – Os enseñaré por donde pretenden invadiros y os aseguraréis con vuestros propios ojos de que no os engaño. Pude haberme unido al enemigo, pero he aprendido mucho en mi encierro y estoy arrepentido. Ya no merezco ser llamado dios, o tratarte como un hermano, pero ansío merecer tu perdón. Por favor, déjame enseñarte el lugar y si te estoy mintiendo en forma alguna, castigadme como merecería.

Osiris meditó. Su hermano parecía desecho y afligido, pero todo podía ser una treta. Sin embargo, nada perdía en comprobar su historia si lo llevaba con él, pues Anubis no permitiría a nadie entrar en el Reino de los Muertos en su ausencia. Hizo un pase mágico y dejó a su hermano que lo guiase. Cuando todo se aclaró, su rostro reflejó la cólera visiblemente. Parte de la periferia de su reino, estaba siendo ocupada por un río de aguas rojas como la sangre y esporádicas explosiones de fuego. – Maldita la estirpe de Olimpia. Veo que no me mentías hermano. Esa sucia alimaña de Hades trata de invadirme. ¿Cómo lo habrá hecho sin que me diese cuenta?.

Seth se arrodilló de nuevo ante su hermano. – No te he mentido hermano. Debes limpiar la influencia de Hades rápidamente para luego avisar al resto de dioses del plan de los Olímpicos. Sin embargo eres vulnerable en tanto el traidor no sea descubierto.

Mentando a Rá, suprema deidad de su panteón, el dios de piel verde comprobó la extensión de la conquista de Hades en su dominio. Era poca cosa, pero de no ser corregida de inmediato, se convertiría en un problema. Lo que era peor, podía ser empleada como puerta de ataque a su reino por los siervos del hermano de Zeus.

– Has hablado sabiamente hermano y te lo agradezco, aunque esto no servirá para conseguir mi perdón. ¿Nos ayudarás en el combate? – habló suavemente Osiris, ponderando el alcance de aquella amenaza.

– Tenlo por seguro, grande entre los grandes. No te abandonaré en este combate que afrontas pero te recuerdo que has sido traicionado y corres peligro – respondió sin siquiera atreverse a alzar la mirada.

– Tienes razón, pero este asunto es muy grave y debo atenderlo de inmediato. Tampoco puedo confiar en ti tras lo que me has hecho, así que ese asunto deberá esperar – murmuró centrado en cuestiones muy preocupantes y un tanto repugnado por haber recibido la ayuda de aquel a quien tanto odiaba.

La cara animal se atrevió a mirar hacia arriba. – No es necesario. Enviad la llave del reino de los muertos a vuestra esposa Isis junto con los corazones del Devorador y Anubis, pues sólo ellos os pueden haber engañado. Thot es dios de la justicia y lo correcto y nunca haría algo así. Que Isis coja sus corazones y se los lleve a Thot. Él los pondrá en la Balanza de la Verdad y sabrá quién es el traidor. Mientras tanto, yo te ayudaré en lo necesario para que eliminéis la mancha que Hades ha impreso en tu dominio.

Osiris se asombró de la sagacidad de su familiar y pensó en la situación. – Eres muy inteligente y de momento, te permitiré no sólo ayudarme, sino ser mi asesor. Si te muestras digno, quizás te perdone sentenció mientras con un ademán, envió los dos corazones y la llave del Reino de los Muertos a su esposa.

 

**********

El muchachito corrió acercándose al profesor Dennis visiblemente entusiasmado. El arqueólogo lo saludó a medida que lo veía venir, sin entender muy bien a qué venían tantas prisas. Cuando llegó junto a él, lanzó un galimatías incomprensible. Su cansancio y velocidad hablando, impedían al profesor “cazar” más de alguna que otra palabra suelta.

– Tranquilo chico, tranquilo. No puedo entender nada si no te calmas y hablas un poco más lento – habló con tranquilidad a la vez que cogía la jarra de agua y tras servir un vaso, lo tendió al muchacho, que bebió sólo un sorbo.

– Profesor. Un bloque se desprendió y detrás habían unas inscripciones antiguas. Son muy raras y todos están muy nerviosos – balbuceó tratando de recuperarse de su carrera.

 

Dennis frunció el ceño – Un bloque no puede desprenderse. No como está construida la pirámide. Además, ya está más que revisada de arriba abajo. A nadie se le puede haber escapado algo así en Abu-Simbel.

El jovencito le agarró. – Venga a verlo. Ya me dirá después si es imposible o no.

Con un gesto de resignación, apuró lo que quedaba de agua en el vaso y siguió al chiquillo en dirección a la pirámide. A medida que avanzaban, vio que un gran número del personal de apoyo se encontraba por fuera. Pensó que debía ser importante si había levantado tanto revuelo.

– ¿Qué pasa allí, muchacho? – preguntó.

El crío siguió su marcha alocada. – Ha venido un religioso que nadie sabe de donde ha salido y está poniendo nerviosa a la gente con rumores acerca de maldiciones y muertos que regresan de sus tumbas.

– ¿En el templo? – dijo riéndose. – Debe estar loco. Allí no queda ningún muerto que pueda levantarse. Los hombres de fe siempre igual.

Estaban cerca cuando Marcus apareció lleno de polvo y les indicó que se acercasen. A medida que lo hacían, el arqueólogo observó las miradas recelosas de algunos de los hombres y aquel religioso, vestido de forma extraña lanzando gritos en su dirección. Ya hablaría después con él. No necesitaban problemas precisamente ahora. Cuando llegaron arriba, el americano le sacudió por el chaleco.

– ¡Por todos los dioses del Nilo!. Esto es magnífico. Es un descubrimiento único y lo he hecho yo. Saldré en todas las publicaciones.

– Cálmate un poco, ¿quieres? – dijo zafándose de la eufórica presa y trató de tranquilizar a su colega. – Explícame qué es eso que has encontrado y deja de pensar en tu gloria personal.

– No seas envidioso, inglés y comprende mi alegría – le dijo Marcus con un brillo de emoción en los ojos. – Estaba en una de las galerías cuando observé un bloque desgastado, me extrañó mucho e hice unas pequeñas incisiones. Imagina mi sorpresa cuando la roca se desprendió y dejó a la vistas unas inscripciones detrás. Quizás sea el acceso a un pasaje sin descubrir, pero el mero hallazgo me hará enormemente popular.

Escuchó a su compañero con cierta incredulidad y agarró una linterna. – ¡Ya está bien Marcus!. Es bastante difícil que haya algo por descubrir ahí dentro pero no imposible. Vayamos a verlo y tranquilízate de un vez – sentenció.

Caminaron durante un momento que al americano se le antojó interminable hasta llegar al lugar donde le mostró orgulloso su hallazgo. Dennis miró el pequeño hueco y examinó los relieves. – Esto es muy raro. No me encajan con ningún hallazgo anterior. Son pictogramas, pero no puedo adivinar qué pueden significar en conjunto. Además, la forma den que están hecho los relieves es muy extraña.

– ¿A qué te refieres? – preguntó el otro arqueólogo que era un saco de nervios.

 

El inglés iluminó mejor y pasó los dedos por aquellas formas en la piedra. – No parecen típicas de las herramientas del antiguo Egipto. Son extrañas, casi como si las hubiesen hecho con huesos o algo así.

Un sonido sordo se escuchó próximo y un muro se desplazó cerca de ellos. Marcus se quedó rígido del susto y no se podía mover. Su colega se levantó y se acercó hacia allí. Tras la abertura, una pequeña salita completamente sobria le sorprendió, más por su contenido que por otra cosa. En el suelo, una mujer extremadamente hermosa, de cabellos castaños estaba echada en el suelo. Parecía inconsciente y de inmediato, se acercó a ver si se encontraba bien. Le tomó el pulso y al ver que era normal, trató de reanimarla. Ella abrió sus ojos verdes esmeralda, con un destello de furia animal y le abrazó sollozante.

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– ¿Puede entenderme señorita? – preguntó.

Por unos instantes, simplemente se abrazó al arqueólogo y luego dijo en correcto inglés. – Le entiendo, pero estoy confusa. No recuerdo nada. ¿Dónde estamos?.

**********

Anubis vigilaba atentamente las puertas del Reino de los Muertos. Era un trabajo con mucha responsabilidad y que le otorgaba prestigio y poder. Las noticias de la guerra sin embargo, le tenían un tanto nervioso. El panteón estaba muy débil para involucrarse en un conflicto. Rá descansaba quizás para siempre y las deidades de poder considerable eran pocas. Habían diocesillos en grandes cantidades, pero cualquier héroe griego o nórdico, podrían abatir a decenas de ellos antes de caer. Además, carecían de tantos dioses belicosos como otros grupos de dioses y sus alianzas eran escasas e inestables. Al ver a Isis apareciendo ante él, borró sus pensamientos derrotistas, e incluso se vio invadido por un cierto optimismo. Ciertamente, pocos podías igualar el dominio de la magia que tenía la esposa del fallecido Osiris y su hijo Horus, era astuto como pocos.

– Buen ciclo, mi señora, en tierra donde no hay día ni noche. ¿Qué os trae a la entrada de aquel lugar que sólo deben visitar los muertos? – dijo tranquilamente con su ronca voz.

Ella sonrió jovialmente mostrando la llave. – Mi esposo me ha pedido que atienda unos asuntos mientras se encuentra ausente. Requiero de ti que me permitas hechizarte y tomar control de tu ser para llevar a cabo tal tarea.

– No puedo hacer lo que me pedís, dama mía. Bajo ningún concepto que no sea dictado por el dios Sol o el Amo de la Muerte puedo abandonar mi vigilia ni mucho menos entregaros el control de todo mi ser. La llave os permite pasar, pero decid a vuestro esposo que venga a mi si desea darme otra orden – masculló el guardián de Las Puertas, haciendo un gesto de incomprensión.

La diosa se pasó la lengua rosada por los resecos labios de color rubí. – Tu lealtad y entrega a tu obligación me satisfacen mucho. Comprendo tu respuesta y debes entender que lo que te pedía era para no hacerte dolorosa la experiencia, pues entiendo cuanto aprecias a nuestro señor.

– No soy capaz de entederos – respondió Anubis, con una nueva mueca de incertidumbre, ante las palabras que escuchaba.

Isis movió sus manos hábilmente hasta desatar su vestido y dejó caer el torso del mismo, con lo que sus perfectos y redondeados pechos, blancos como la leche, quedaron al descubierto.

– No entiendes de magia y por eso no comprendes lo que digo. Necesito tu semen antes de seguir con mi misión. Pretendía quitártelo y devolverte luego la mente sin que recordases nada, pero tu negativa lo hace imposible, con lo que tendrás que hacerme el amor y ambos soportaremos la vergüenza en pos de un bien superior en estos oscuros tiempos – susurró ella, que se acercó con pasos insinuantes, acariciando sus senos hasta que los pezones se pusieron tiesos y duros.

– Pero esto no puede suceder. Yo soy un ente bestial. Copular conmigo podría ser mortal si la furia me domina – gruñó.

Junto a él, deslizó una de las manos, suave como las plumas, por su faldín, hasta tocar su erección. – Es el destino lo que nos jugamos Anubis. Yo correré con el riesgo y tú, trata sólo de disfrutar.

Anubis se echó hacia atrás, un tanto asustado por la actitud de Isis. No parecía ella y algo le hacía desconfiar de su actitud, aunque no podía negar su excitación, ante la innegable belleza de la hechicera. – No podemos hacer tal cosa. Buscad a otro, pues yo tengo que vigilar Las Puertas y no puedo permitirme distracción alguna.

 

Ella le miró una tanto contrariada al verse rechazada, pero ya había conseguido lo que quería y aquel centinela penoso estaba excitado y atenazado por sus impulso animales, aunque lograba dominarlos. – ¿Por qué tratas de negar que quieres tenerme?. Soy un fruto prohibido puesto a tu alcance y pretendes rechazarme sólo por unos instantes de descuido. Nadie podrá pasar sin que lo veamos. Tu cuerpo está preparado y te traiciona. Tu alma es la de un animal que no quiere desaprovechar esta ocasión y tu mente es la única que se resiste. No me hagas sufrir más. No me importa hacer el amor contigo y es más, lo deseo, puesto que mi vida es triste y vacía desde la marcha de mi esposo, pero no quiero suplicar por ello, mas cuando lo hago, por salvaguardarnos a todos de un futuro incierto. No me hagas esto. Tu corazón late tan fuerte que puedo escucharlo. Escúchalo tú también y ambos disfrutaremos de esto.

Tenía razón. El corazón batía con tal fuerza que su retumbar era lo único que podía escuchar. Su cuerpo estaba bañado en sudor y su erección emergía de entre los pliegues de tela. Trató de centrarse pero no podía. Aquel rítmico golpear en su pecho se lo impedía. La mujer se movió cerca suyo y le acarició el pecho, mientras con la otra mano, retiró el cinturón y el traje se deslizó hasta el suelo. Con una danza erótica, ella frotó los pechos contra el cuerpo enormemente poderoso, contoneando sus caderas mientras observaba como los rasgos bestiales se extendían más y más. Anubis no pudo retener más al animal y pese a que sentía su cuerpo cambiando, no trató de luchar. Frotó su hocico contras los perfectos senos pálidos, mientras su manos, que ya eran garras recorrían la espalda, nalgas y muslos con fiera apetencia. Ella acarició los poderosos hombros y dejó sus manos aferrar la espalda, que se cubría de negro pelaje por momentos, mientras se excitaba ante los gruñidos del centinela. Ya no se pararía y eso le resultó satisfactorio.

Él la apretó contra un cercano muro y la penetró con una salvaje carga. Emitió un leve alarido de goce y comenzó a moverse rítmicamente, mientras Isis le rodeaba con todo el cuerpo sin parar de moverse en una danza de apareamiento, que sólo servía para excitarle más y más.

Se detuvo y se quedó mirándola, apoyada contra la pared, suplicándole con la mirada que siguiese. Le lamió la cara golosamente y ella se abrazó a él, enterrando una de las manos en su pecho, sin la menor dificultad. La sacó rápidamente y el dios chacal vio su herida cerrarse con rapidez. Su corazón parecía más fuerte y vigoroso y su ansia crecía por momentos. Una luz de racionalidad le impelió a detenerse.

La diosa se dio cuenta de inmediato y girando, se encaró al muro y ofreció su trasero al dios animal, apartando sus nalgas con delicadeza hasta que su abertura fue visible. Anubis lanzó un aullido salvaje que se tradujo en una amplia sonrisa en el rostro de Isis al saberse vencedora. El dios animal había sido derrotado por su deseo y su parte animal.

La apretó contra la fría piedra y deslizó su gran asta en la caliente gruta, que de inmediato se cerró alrededor de ella. Su corazón, entregado por Osiris a su esposa, era negro como la brea y destilaba un maligno icor al cuerpo del dios, tras haber sido hechizado por la magia negra de la misma. Todo esto pasaba inadvertido para el centinela, sólo concentrado en reclamar aquella hembra. Su caliente aliento bañaba el delicado cuello de la hechicera, mientras sus acometidas la levantaban del suelo por la gran fuerza impresa, en una danza coreada por los gemidos de ambos.

Anubis renació como esclavo de la diosa y Seth. El pelaje le cubría todo el cuerpo y se había tornado negro azabache. En sus manos y pies habían garras y su fuerza había crecido radicalmente. Su mente había sido igualmente alterada pero ni siquiera aquello le importaba ya. Con una serie de gruñidos, descargó su vil semilla en el cuerpo de la igualmente corrupta esposa de su antiguo señor. Se revolcaron por la arena besándose lascivamente y cuando se separaron, ambos expresaron su satisfacción. Isis se dirigió a Las Puertas y entró.

El Devorador era un monstruo que no cuestionaría a sus nuevos amos. El Reino de los Muertos le pertenecía ahora.

 

**********

La teniente de policía abrió la puerta que daba acceso a la consulta de la ocultista y entró, pensando en la reunión con el abogado aquella misma tarde. Sinceramente, pensó que lo mejor sería decirle al abogado que renunciaba a todo y así perder de vista de una vez al impresentable de su marido. Mejor dicho, de su ex marido. Cuanto antes solucionase aquel molesto asunto, antes podría dejarlo atrás y reconstruir su vida. En aquel momento, era lo que más deseaba y el “trabajito” en el que se había visto metida, no ayudaba a mejorar su estado de ánimo, aunque al menos la distraía y evitaba estar en comisaría, donde tendría que soportar comentarios velados acerca de su vida.

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