La Caída

Tal vez otro modo de alcanzar la cima…

Era una tarde oscura en Colombia, mientras permanecía desnudo acostado en la cama, viendo como la lluvia golpeaba mi ventana, traté de recordar cómo empezó todo, como fui cayendo en el abismo, dominado solo por mis sensaciones, haciendo a un lado la razón… el solo recuerdo me excitaba.

“¿Pero cuál fue el primer escalón? ¿Donde resbalé, o mejor, por qué no pude detenerme? ¿Acaso era mi predisposición, mi genética, mi destino? ¿Por qué el placer se convierte en algunos de nosotros en una adicción sin límite?”

Lo primero que vino a mi mente fue el sobre blanco y perfumado que hallé bajo mi puerta, solo tenía escrito “José” y dentro de él había una hoja de papel que decía:

“si quieres vivir la historia más erótica de tu vida…”

… pero ese no fue el verdadero inicio, como para la mayoría de los hombres, mi tropiezo empezó con una mujer – Verónica.

Verónica y yo éramos estudiantes en la misma escuela, y desde que nos conocimos, supe que ella marcaría mi vida, lo que no sabía era si para bien o para mal. Llevaba casi un año de conocerla cuando decidimos formalizar nuestra relación como pareja, ya que ambos dependíamos económicamente de nuestros padres no teníamos solo dos preocupaciones: los estudios y la diversión.

Me resultó obvio que no fui la primera vez de Verónica, ni ella fue la mía, pero cuando hicimos el amor la experiencia fue tan intensa que se convirtió en mi punto de referencia; en lo que era – hacer de verdad el amor. Ocurrió, como todo lo bueno, cuando no lo esperaba, en la sala del apartamento de mis padres.

Verónica era una chica morena, alta, delgada, con piernas largas, y unos hermosos ojos verdes, juguetona, y apasionada, pero esa tarde conocí sus más bajas pasiones. Comenzó con un beso muy intenso, tanto que perdí el control, mis manos volaron de mí hacia ella, bajo su blusa, buscando sus senos, acariciando sus pezones que fueron endureciéndose al ritmo de su corazón, de su respiración.

Dejándome llevar por el impulso la recosté en el sofá y comencé a besar su abdomen, fue entonces que ella se transformo, con un gemido tomo mi cabeza por los cabellos y la aprisionó contra su entrepierna, colocando sus muslos alrededor de mi cabeza; apretándome con una fuerza impresionante, lo único que podía oír era mi respiración y sus gemidos. Con dificultad, ante el abrazo de sus piernas, pude desabrochar sus jeans, forcejeando hasta bajarlo, pero ella solo me liberó lo suficiente para esa maniobra. Enseguida volvió a hundir mi rostro contra su panty, ahora húmedo, y aumentó la fuerza de sus muslos.

Ese olor me enloqueció, a pesar de que mi cabeza era solo un juguete entre sus piernas y de que difícilmente podía tomar aire, no quería ser liberado, y en efecto, ella no me liberaría. Girando bruscamente me arrojó al piso, lanzo lejos sus sandalias, jeans y camiseta, se sentó a horcajadas en mi pecho, frente a mí, mirándome fijamente con sus ojos claros llenos de lujuria:

“¡Dámelo!” solo dijo, y abrió mi pantalón tomando mi pene erecto con su mano derecha, primero lo acarició suavemente, con dulzura. “¿te gusta?” Me pregunto.

Yo respondí, “sí, sí, claro que me gusta…”

Ella comenzó entonces a subir y bajar su mano enrollada en el cuerpo de mi pene, masturbándome tiernamente: “¡No te oigo!”

Casi sin aliento repetí, “si, ¡me gusta!”

Verónica entonces aceleró la velocidad de su mano, arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo, enloqueciéndome. “¿te gusta? Uhmm, ¿quieres que siga? ¡Dímelo!”

Entre gemidos respondí, “si, si, ¡sigue! Por favor sigue, no pares…”

Me miro con ternura y acaricio mis labios con su mano izquierda, aumentando aun más la velocidad de su mano. “Mírame, ¡quiero que me mires!”

Con tanta excitación difícilmente logré enfocar esos ojos, entonces ella, acariciando su cabello y sin dejar de mirarme, empuñando mi órgano viril, empujó con fuerza la piel de mi pene hacia la base, causándome tal dolor que me hizo retorcer.

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“¡Ahhh!” Un chillido se escapó de entre mí, me sacudí violentamente y entonces ella, alivio la presión y volvió a masturbarme suavemente.

“Ya bebe, tranquilo ya paso, ya, ya…” Aumentó poco a poco la velocidad de su mano, haciéndome olvidar el dolor entre otra escalada de excitación: “¿Es rico? ¿Te gusta José?”

Yo estaba de nuevo gimiendo de placer cuando ella sin previo aviso volvió a empujar, esta vez con más fuerza, la piel de mi pene hacia su base, el dolor – placer fue tal que grité, pero ella no me soltó, incluso arqueó su cuerpo para apoyarse sobre su mano derecha empujando hasta mis testículos.

“¡Aguanta!” Yo trate de alcanzarla con mis manos, pero ella gritó, “¡quieto!” E increíblemente aumento la presión haciéndome gritar de nuevo.

“¡No!”

Ella entonces levantó su pierna izquierda y la estiró apretando mi cuello, mi tráquea con la planta de su pie, ahogando mis gemidos.

“Ya, ya, ¡no grites!” Yo tomé con mis manos su tobillo, pero ella me gritó, “¡suéltame!”

 


… y comenzó a masturbarme, primero suavemente y luego incrementando el ritmo, yo no tuve más remedio que obedecer mientras el dolor daba paso al placer, y solté su pie, pero ella piso con más fuerza mi cuello, dificultando mucho mi respiración.

“¿Quién es tu dueña? ¿Quién?” Me gritaba con la voz inundada de lujuria.

“¡tú, tú!” Respondí yo, casi ahogado, en medio de un éxtasis que no me permitía pensar en nada más que en el placer, ni siquiera el dolor, o el riesgo de que llegaran mis padres, más aun el peligro de que Verónica rompiera mi cuello o me lastimara el pene, nada importaba, solo el placer.

Ella había comenzado a acariciar su entrepierna con la mano izquierda, excitándose cada vez más, masturbándome violentamente: “¡Termina, termina!” Yo traté de no derramarme, pero no podía. Verónica aprisionó aun más mi cuello y empujó violentamente la piel de mi pene hacia su base, una vez, dos veces, tres, “¡termina!”

Mis gritos se ahogaron bajo su pie y al final mi mente, mi cuerpo, hasta mi alma creo yo, se unieron en un orgasmo tan intenso que creí morir… pero no me importó, o no pude pensar en ello, solo podía sentir, sentir espasmos que recorrían cada músculo de mi cuerpo, a pesar de que me faltaba el aire no podía aspirar, aparte de que el pie de Verónica me tenía fuertemente apretado la violencia del orgasmo solo me permitía sentir como ríos de semen abandonaban mi pene, saltando a chorros, mojando el sofá, la alfombra, el brazo, la espalda y el cabello de Verónica, que no dejaba de exprimir mi pene, literalmente ordeñando hasta la última gota de mis fluidos. Solo cuando ya no quedaba nada, cuando estuve a punto de perder el conocimiento, alivio la presión sobre mi cuello y mi pene, dejándome volver a este mundo, después de tenerme entre el cielo y el infierno, entre la vida y la muerte.

“Tranquilo, ya paso, ¡respira!” Me dijo acariciando mi rostro con su mano empapada de mi esencia.

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